Una mujer que con una palabra se la puede resumir: resiliencia. Las tristezas no lograron apagar su espíritu emprendedor como cuándo de niña vivía en su amado Villa Corral. Una historia de vida atrapante.
Luego de no coincidir por tiempos o trabajo y con la idea fija en que nos pueda recibir en casa para conocer su historia de vida, Teresa Díaz de Sekulin nos acoge con alegría, abriendo su corazón y con unos deliciosos mates: «todos los días me van a encontrar aquí», nos dice apenas pudimos entrar a su lugarcito en el mundo como es su Taller de Hilado.
Dueña de un carisma único y siendo una emprendedora de cuna por sus tías, Teresa nunca bajó los brazos ante las tomentosas situaciones que le tocó vivir en el transitar por este camino llamado vida.
Nacida en la Ciudad de San Juan pero calingastina neta, vivió más de 20 años en el norte de Calingasta, puntualmente en Villa Corral del cuál posee grandes añoranzas.
«Soy nacida en la Ciudad de San Juan por que allí vivía mi madre y de ahí me vine a Calingasta, mi niñéz, adolescencia y parte de mi adultez fue en Villa Corral recién cuando me casé me vine a Villa Calingasta», comenzó nuestra entrevistada.
En base al amor y casamiento, Teresa rememoró esa etapa maravillosa diciendo que «nosotros con mi marido nos casamos como se deben casar todas las personas, enamoradas, nadie nos obligó a casarnos y estabámos muy enamorados y sin nada material, todo lo hicimos a pulmón, con amor se puede hacer grandes cosas nos tocó vivir épocas muy difíciles, alquilabamos y sino tenías para pagar a fin de mes te tenías que ir. Con amor todo se puede, un matrimonio es tener la convicción de proponerse algo y lograr hacerlo juntos, salga bien o mal pero siempre juntos».

Pablo «chiquito» Sekulin, fue la persona elegida para construir una vida juntos con lo cuál Teresa atesora muchos recuerdos compartidos: «lo conocí siendo vecinos en Villa Corral e ibámos a la escuela juntos, en aquellos tiempos los noviazgos eran muy estrictos no te dejaban salir a ninguna parte con el novio. No me van a creer pero yo era como cúpido para mi futuro esposo, le llavaba las cartitas a alguna que otra noviecita que tenía (lo cuenta con risas) y con el pasar del tiempo me terminé enamorando. Estuvimos casi 10 años como novios».
Para conseguir el dinero para el casamiento y en tiempos complicados, Pablo se fue a la provincia de Mendoza por trabajo para solventar la unión del futuro matrimonio: «él se fue antes de que nos casaramos a trabajar a Mendoza en las minas de carbón y como maquinista y gracias a ese esfuerzo pudimos comprar una moto y el terreno donde ahora tenemos nuestra casa. El me decía que si nos íbamos a casar, nos íbamos a casar bien como debe ser, entonces nos casamos por civil e iglesia hasta una fiesta y luna de miel tuvimos, creo que dios nos dio esa posibilidad para prepararnos para lo que se nos venía».
La migración hacia otros lugares en busca de mayores oportunidades es una constante en pueblos como Villa Corral, sin embargo «Doña Teresa» como muchos la llaman, recordó sus primeros años en aquel lugar: «eran tiempos donde las personas trabajabamos mucho y viviamos bien, nosotros teníamos todo en casa desde animales como patos, gansos, corderos y vacas hasta plantaciones de todo tipo incluso cosechamos en esos años cantidades enormes de miel, mis tías se levantaban temprano a las 5 de la mañana a vender miel, carne y tejidos a los mineros que trabajaban en las minas de Castaño. Tuve una niñéz trabajada pero sin hambre».
Del matrimonio de Teresa y Pablo nacieron dos hijos, Belquis y Erwin. Lamentablemente la primera falleció a los 13 años de edad y Teresa la recuerda cada día de su existencia. «Mi hija Belquis nació con una parálisis cerebral en 1986, estuvo con nosotros trece años y siendo una niña falleció, la recuerdo con mucho amor, era mi tesoro, cuando se fue me arrancaron algo de adentro (con lágrimas en sus ojos) al día de hoy la recuerdo y me pongo triste pero siempre tengo que salir adelante y luego se me fue mi compañero. Ambos me dejaron un tesoro, Erwin y también al adoptado, Guido, que nunca falla». Fueron dos durísimos golpes sufridos.
El dolor colosal que la invadió, no fue un impedimento para ver la luz al final del túnel y a pesar de la aflicción, buscó cubrir ese vacío con actividades que hasta la actualidad, fomentan la cultura y mantienen las raíces vivas de Calingasta. La educación era una tarea pendiente y logró terminar el secundario en el CENS Calingasta, en 2005.
«Luego del fallecimiento de mi Belquis, todo lo que se me presentó lo hice. Estudié para modista, terminé el secundario y con las actividades que realizaba con el telar tuve la oportunidad de viajar mucho como a Mogna, Valle Fértil y a muchas partes más, fui portera de la Escuela La Capilla y en la actualidad voy a folklore en la Academia del Carmen. Con todo esto aprendí a ser más independiente», sostuvo.
En el año 2020, unos días antes de que comenzará el confinamiento por la pandemia del coronavirus, la oscuridad volvió a abrazar a Teresa. Perdió por un cáncer de páncreas a su esposo, «chiquito», que luchó hasta el final contra esta dura enfermedad: «lo perdí unos días antes de la pandemia, lo recuerdo con muchísimo amor, el me enseñó a trabajar por los sueños, a vivir, pero también a divertirse de vez en cuando y que no todo es trabajar en la vida».
El sueño de «chiquito» fue siempre poder volver a vivir en su adorado Villa Corral: «chiquito hizo limpiar un terreno que tenemos allá y el quería que nos fuerámos a vivir. Me decía que con la jubilación y lo que pudieramos trabajar nos alcanzaba para vivir bien, que hicieramos nuestra casita y nos fueramos, lamentablemente Dios no quiso que fuera así».
El hilado, una terapia
Consumada la desaparición física de Pablo, el hilado fue un remedio para sanar las heridas, por ende su refugio fue y es su taller de hilado.
«Era jovencita, tenía 12 años y yo no quería hilar por que no quería tener olor a oveja (a carcajadas), un día me habló mi tía Camila y me dijo: mirá Teresa vos no queres hilar, no queres hacer nada, tenés que aprender a lo mejor no lo hagas nunca o lo hagas siempre, el aprender no te va a ocupar espacio», evocó. Fue una frase que la marcó para siempre.
«En ese tiempo había que aprender a esquilar, era bastante complicado pero mis tías eran muy buenas en ese oficio y de paso se ganaban una moneda en la finca de Valle Grande que ahora no está y que tenía una gran cantidad de ovejas», rememoró.
Camila, Antonia y Reina y la herencia inmutable
En sus años de vivencias en Villa Corral y con su mamá, doña Josefa – fallecida en 2011 – , trabajando en la Ciudad de San Juan para conseguir el pan de cada día, Teresa se crió con sus tres tías, Camila, Antonia y Reina.
«Me acuerdo de mis tías y el amor que me brindaron, fue un dolor grande cuando se me fueron. Tengo la satisfacción de haberlas cuidado hasta lo último con mi primo Mateo hijo de Camila ya que mis otras tías no tuvieron hijos, las tengo siempre presentes han sido mi familia y parte de mis logros», recordó.
«Ellas me enseñaron a trabajar a ser buena persona a ser solidaria a ayudar a todos y nunca burlarse de nadie. Me enseñaron a que cuando una persona llega a nuestra casa la tenemos que recibir y brindarle todo, sea quien sea y a no desearle el mal a nadie. Aprendí de ellas a vivir con lo justo y necesario, que no falte y no sobre, me considero una persona millonaria por la vida que tuve con ellas», añadió.
Sin escapar a absolutamente nada, su hijo Erwin es la luz de sus ojos: » el es todo para mi me da las fuerzas para seguir luchando. Como padres lo mejor que le dejamos a él es la crianza que le dimos, el como debe ser como persona, ser honrada y con buena conducta moral».
Además se animó a contar un sueño, el tener un nieto: «me encantaría, es un sueño y es algo que me esta faltando. Si se da sería hermoso, soy una persona que quiere muchos a los niños, en la escuela cuando era portera los niños me querían mucho e inclusive en los actos patrios hasta me disfrazaba con ellos y bailaba, me sumaba en todo».
Las semitas de Teresa, un clásico de estas tierras
«Las semitas las heredé de mi mamá, doña Josefa, mi mamá era una de las mejores panaderas de Calingasta y lo digo con mucho orgullo», señaló.
En el año 2018, fue elegida como una de las semitas más deliciosas de la provincia de San Juan. Participó de la Fiesta Provincial de la Semita y terminó en segundo lugar por detrás del departamento Valle Fértil. Un logro inmenso.
En Calingasta, a las 9 de la mañana todos los días y en su casa, los gustosos y fanáticos esperan ansiosos las semitas para el desayuno. Los clientes se acercan desde distintos puntos del departamento, incluso los turistas se quedan asombrados con el sabor único de su arte gastronómico.
La figura de Teresita, con el pasar de los años permanece tenaz como embajadora de la cultura de Calingasta. Todos los días se conserva bajo el amparo de su taller de hilado, su hijo y el fiel colaborador, Guido.
POR REDACCIÓN DIARIO REVOLUCIÓN.
CALINGASTA, SAN JUAN, ARGENTINA.